Desde que yo era
muy niño siempre conocí a un anciano que vivía en la calle, muy cerca de donde
yo vivía en ese entonces, de mi juventud perdida. Su nombre era don Juanito, y
su profesión era profesor de filosofía; vivía en la calle por un error en el
contrato de alquiler que le hizo a un hombre malo cuando decidió dársela para
que viva con su familia. La historia continuo con aquel maldito hombre adueñándose
de la casa que don Juanito había invertido durante toda su vida. Con el tiempo
don Juanito perdió su trabajo, gastó miles y miles de dólares para intentar
recuperar su casa vida judicial pero no lo logró, quedándose así en la bancarrota
total. Ahora, él vive en un pequeño baldío, cubierto por cartón y plástico,
comiendo de lo que encuentra en la basura. Con el tiempo vio perder a sus hijos
en accidentes de tránsito, a su mujer por un paro cardiaco; y ahora él, excelente
profesor del pasado, vive de limosnas y buscando en los basureros. Don Juanito
a sus 84 años, sigue riendo, sigue viviendo.
El gran Rabindranath
Tagore, que en 1913 recibió el premio Nobel de Literatura dijo una vez: “Si lloras
por haber perdido el sol, las lágrimas no te permitirán ver las estrellas”, haciendo
referencia a que no debemos hundirnos en la tristeza, después de alguna perdida
material o espiritual, de que no debemos ahogarnos en el vaso de agua de la melancolía,
que por más que no veamos, nosotros, siempre estamos rodeados de pequeñas alegrías
como las personas que nos quieren y las que preguntan por nosotros, las
personas que dependen de nosotros y que marcamos su vida con una sonrisa en algún
momento.
No nos encerremos
en nosotros, que la necedad es el vicio de los tontos, todos en todo momento de
nuestras vidas estamos en la capacidad de aprender cosas nuevas, y “no solo
porque yo soy más mayor que tú, sé mucho más que tú”, eso es erróneo, una gran
mentira, porque un viejo siempre puede aprender de un niño, así como un padre
puede aprender de su hijo o un hermano mayor puede aprender de su hermano
menor. Todos siempre podemos seguir aprendiendo en la vida, sino, también recordemos
que nunca es tarde para aprender y que un día sin aprender algo nuevo es un día
perdido.
La reflexión que
les traigo ahora, despertó en mí un profundo sentimiento de tristeza, un
malestar por aquellas personas valientes, más alegres que nosotros, y que viven
la calle, que tienen que soportar intensas jornadas de frio y hambre, lejos del
mundo de la comprensión o de la caridad, apartados del poder vivir, lejos del
mundo del amor, del mundo del calor humano del mundo en que vivimos nosotros.
Este tema no es importante, sino saldría siempre en la televisión, en las
noticias, en la radio y en los periódicos, pidiendo ayuda a los que les sobra un
poco de cariño; si hablamos de hombres adultos o jóvenes, no habría tanta preocupación,
pero si hablamos de viejos, es decir gente mayor, nadie diría nada, ni siquiera
quisiera ver porque un viejo es el futuro cadáver que a nadie le importa, más
que a los futuros médicos para hacer sus prácticas.
Ellos no se
rinden, aprendieron que cuando la felicidad les da la espalda, no ganan nada con
rendirse y sentirse perdidos, el escritor argentino Ernesto Sábato, una vez
dijo: “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”, jamás
veras a nuestros queridos hermanos de la calle, las valiosas bibliotecas
andantes rendirse sin antes pelear hasta el último.
La felicidad, queridos lectores está en las pequeñas cosas de la vida, lo que pasa es que a veces las preocupaciones y los vaivenes de la misma vida siempre nos tapan los ojos del alma y no podemos ver; la pena de la vida siempre se empecina en taparnos los ojos del corazón y no vemos; debemos aprender de ellos, que tienen mucho que enseñar; y nosotros mucho que aprender.
La felicidad, queridos lectores está en las pequeñas cosas de la vida, lo que pasa es que a veces las preocupaciones y los vaivenes de la misma vida siempre nos tapan los ojos del alma y no podemos ver; la pena de la vida siempre se empecina en taparnos los ojos del corazón y no vemos; debemos aprender de ellos, que tienen mucho que enseñar; y nosotros mucho que aprender.
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